marzo 29, 2005
ENSAYO:
Farandulización: ¿Un asunto poco serio?.
Es difícil dudar que la manía de la nueva sociedad chilena por tomarse el pulso en público, se ha convertido en la panacea para un negocio en crisis: el del entretenimiento, y por lógica el de su agente de ventas estelar, la televisión.
El recurso de televisar las opiniones improvisadas de unos sobre el trabajo de otros, tiene todos los síntomas de un negocio redondo, ya que no se necesita que el francotirador vista el mínimo baño cultural que supere un milímetro de profundidad argumental. El único requisito básico es que se entienda lo que se dice, ojalá en castellano, y ojalá acompañado de una severa tendencia al exhibicionismo impúdico y la hiperventilación. Si el contratado (frecuentemente bajo régimen free-lance para evitar la dependencia legal en caso de querella y/o demanda) acarrea además un rasgo peculiar de personalidad que lo distinga especialmente (sexualidad confusa; pelo teñido de calidad dudosa; pasado cercano a la dependencia y/o el consumo de sustancias ilícitas; vínculos explícitos y/o simpatía con antiguos organismos de seguridad o, la más recurrente, un ligero cuadro de retardo mental no inhabilitante), los ejecutivos del medio de comunicación en cuestión concentrarán sus esfuerzos en potenciar la carrera del comentarista reclutado, hasta el preciso momento en que la ley objete sus derechos civiles, o el susodicho emita opiniones que violenten al contratante en cuestión, a sus auspiciadores, a Jovino Novoa, a algún miembro del red-set, a la Teletón, o al exitoso negocio del tráfico de cocaína.
El paradigma del género es Sálvese Quién Pueda., ese oscuro programa emitido al mediodía por Chilevision. Nacido bajo el régimen feroz del director ejecutivo Jaime De Aguirre, cuya premisa editorial básica es “Sólo rostros bonitos en pantalla. Si no son bonitos al menos son de clase alta, y si no son bonitos o de clase alta son payasos, antisociales o historias para el Diario de Eva". S.Q.P. brilla allí donde hasta hace un tiempo la televisión local mostraba pudor. En el comentario tontito, en la frase modulada por la resaca alcohólica, en el argumento fraguado en el resentimiento social, la envidia y –nuevamente en el más optimista de los casos –por la ignorancia a secas. El éxito de S.Q.P. – hoy desplazado irremidiblemente en las preferencias del público por cualquier producto fresco de los canales grandes - radica en su estupidez supina, límitrofe con la brutalidad, que lo convierte en un nido de ternura, primitivo como pocos antecedentes en la historia de la TV local.
Pero curiosamente, y contrario a la sensación que hace algunos meses rondaba en el aire, finalmente el negocio del comentario de farándula y su cuadro sintomático –la farandulización - no vino para quedarse, sino para mutar en otro proceso que los analistas españoles han descrito como clericalización, es decir , el atrevimiento a juzgar al otro ya no en su quehacer laboral, sino en su desempeño moral.
En el libro de reciente aparición en Europa “Democracia secuestrada”, el autor Francisco Rubiales plantea cómo única vía posible para renovar el concepto de democracia, la necesidad de rescatar el debate público, no como un elemento más de la democracia, sino como su esencia misma. El comentario público de actividades humanas como el espectáculo y el arte encaja entonces dentro de lo necesario para construir una sociedad más justa. Pero es importante diferenciar el debate sobre lo que pasa arriba del escenario, de la opinión censuradora sobre lo que pasa detras de él. Rayar la cancha entre el comentario serio de espectáculos y el chismorreo de la farándula. La línea que existe entre estos dos tipos de debate, es la misma que marca la diferencia entre democracia y represión, entre cultura y desinformación, entre el fomento de la educación popular y la promoción de una moral facista y discriminadora, basada en la superficialidad intelectual.
Como vemos, amiguitos, la farándula y sus sub productos son definitivamente un asunto serio.
Es difícil dudar que la manía de la nueva sociedad chilena por tomarse el pulso en público, se ha convertido en la panacea para un negocio en crisis: el del entretenimiento, y por lógica el de su agente de ventas estelar, la televisión.
El recurso de televisar las opiniones improvisadas de unos sobre el trabajo de otros, tiene todos los síntomas de un negocio redondo, ya que no se necesita que el francotirador vista el mínimo baño cultural que supere un milímetro de profundidad argumental. El único requisito básico es que se entienda lo que se dice, ojalá en castellano, y ojalá acompañado de una severa tendencia al exhibicionismo impúdico y la hiperventilación. Si el contratado (frecuentemente bajo régimen free-lance para evitar la dependencia legal en caso de querella y/o demanda) acarrea además un rasgo peculiar de personalidad que lo distinga especialmente (sexualidad confusa; pelo teñido de calidad dudosa; pasado cercano a la dependencia y/o el consumo de sustancias ilícitas; vínculos explícitos y/o simpatía con antiguos organismos de seguridad o, la más recurrente, un ligero cuadro de retardo mental no inhabilitante), los ejecutivos del medio de comunicación en cuestión concentrarán sus esfuerzos en potenciar la carrera del comentarista reclutado, hasta el preciso momento en que la ley objete sus derechos civiles, o el susodicho emita opiniones que violenten al contratante en cuestión, a sus auspiciadores, a Jovino Novoa, a algún miembro del red-set, a la Teletón, o al exitoso negocio del tráfico de cocaína.
El paradigma del género es Sálvese Quién Pueda., ese oscuro programa emitido al mediodía por Chilevision. Nacido bajo el régimen feroz del director ejecutivo Jaime De Aguirre, cuya premisa editorial básica es “Sólo rostros bonitos en pantalla. Si no son bonitos al menos son de clase alta, y si no son bonitos o de clase alta son payasos, antisociales o historias para el Diario de Eva". S.Q.P. brilla allí donde hasta hace un tiempo la televisión local mostraba pudor. En el comentario tontito, en la frase modulada por la resaca alcohólica, en el argumento fraguado en el resentimiento social, la envidia y –nuevamente en el más optimista de los casos –por la ignorancia a secas. El éxito de S.Q.P. – hoy desplazado irremidiblemente en las preferencias del público por cualquier producto fresco de los canales grandes - radica en su estupidez supina, límitrofe con la brutalidad, que lo convierte en un nido de ternura, primitivo como pocos antecedentes en la historia de la TV local.
Pero curiosamente, y contrario a la sensación que hace algunos meses rondaba en el aire, finalmente el negocio del comentario de farándula y su cuadro sintomático –la farandulización - no vino para quedarse, sino para mutar en otro proceso que los analistas españoles han descrito como clericalización, es decir , el atrevimiento a juzgar al otro ya no en su quehacer laboral, sino en su desempeño moral.
En el libro de reciente aparición en Europa “Democracia secuestrada”, el autor Francisco Rubiales plantea cómo única vía posible para renovar el concepto de democracia, la necesidad de rescatar el debate público, no como un elemento más de la democracia, sino como su esencia misma. El comentario público de actividades humanas como el espectáculo y el arte encaja entonces dentro de lo necesario para construir una sociedad más justa. Pero es importante diferenciar el debate sobre lo que pasa arriba del escenario, de la opinión censuradora sobre lo que pasa detras de él. Rayar la cancha entre el comentario serio de espectáculos y el chismorreo de la farándula. La línea que existe entre estos dos tipos de debate, es la misma que marca la diferencia entre democracia y represión, entre cultura y desinformación, entre el fomento de la educación popular y la promoción de una moral facista y discriminadora, basada en la superficialidad intelectual.
Como vemos, amiguitos, la farándula y sus sub productos son definitivamente un asunto serio.