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junio 20, 2005

 

Irreversible.


2005_saraband_009
Originally uploaded by Martín Allen.

Saraband.(2003)
Dirigida por Ingmar Bergman.

Se puede hacer las pases con el pasado. También es posible reciclarlo, arrepentirse, perdonarse, patearlo, odiarlo o resignarse a la autocondena de la culpa.
Pero borrarlo es imposible. Perdonar no es olvidar. Y sobre ese inevitable y misterioso abismo místico de la existencia humana pende Saraband, la que muy probablemente será la última pelìcula que Ingmar Bergman filme en su vida, y que por ello es necesario sesgar con la misma trascendencia espirtitual que podemos encontrar en El sacrificio (1985) de Andrei Tarkovski.


Para muchos el más grande cineasta vivo, el universo cinematográfico de este director sueco es reflejo de sus propias deudas espirituales. Los personajes de las películas de Bergman son piezas de un ajedrez exorcista, víctimas de un rito de expiación brutal.
Contrario a lo que los poco familiarizados con los códigos bergmanianos han dicho del film, los protagonistas de Saraband boquean como peces agonizantes en un mundo que no está ajeno a la presencia divina. La clave es que en las películas de Bergman, como en el angustiado mundo moderno trazado por Nietzche, Dios está muerto, y es su ausencia, no su irrelevancia, lo que define el panorama interior de cada personaje.


Cuando el personaje de Marianne es violentado emocionalmente por el odio de hijo despreciado de Henrich en la escena de la iglesia, existe la posibilidad de que Dios haya visto todo, insinuada por el epifánico rayo de luz que se cuela por la ventana en la cúpula del altar. Aún así, evidenciando para nosotros los espectadores la posibilidad de una intervención superior, Bergman deja que finalmente Marianne se aleje sin pompa, y abandone atrás ese haz de luz que pierde todo su peso místico, desnudado como un mero capricho de la naturaleza.


El centro conceptual de Saraband es la culpa. Es el concho agrio que angustia al personaje de Johan la noche en que finalmente se desnuda de alma y cuerpo en busca del abrigo/perdón de Marianne. Un consuelo que no llega, porque lo que podría ser un hermoso cuadro de erotismo y ternura, muta en una escena cargada de desolación emocional.
Tanto Johan, como el resto de los personajes, están en jaque y viven atormentados por las consecuencias de los caminos que han tomado y desechado a lo largo de su vida. El subtexto en Saraband, es que son esas decisiones, la manera en que perseguimos el amor, y la habilidad emocional con que sabemos dejar fluir el mismo sentimiento sobre los que nos importan y nos definen, lo que nos marcará al momento de enfrentar el fin. Asi, Karin tiene tiempo para alejar su condena, aunque sobre ella pese un precio aún mayor por su libertad. De ella, y sólo de ella, de nosotros y solo de nosotros, depende el tamaño de la dolorosa carga que pondrá/pondremos sobre su/nuestra alma.


Como siempre, dando lecciones de poética de la imagen con el uso del encuadre, la profundidad del texto y la asombrosa empatía que consigue con los actores, Bergman entrega en Saraband una puerta para volver a revisar cada una de sus películas, desde el manifiesto deconstructor del lenguaje visual que es Persona (1966), en adelante.
Finalmente, lo que el autor ha conseguido, es que nos subamos al tren que recorre los aspectos pendientes de su propia vida/obra. Un trayecto que, con seguridad, el sueco enfrenta cada noche al poner la cabeza en la almohada, con la promesa virtual de tener un día más, o dos, o un mes, o un año, para ajustar cuentas consigo mismo. Con nosotros mismos.



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