agosto 16, 2005
Transas.

Cada día que avanza mi regreso al periodismo, estoy más convencido que el oficio de periodista existe solo en la cabeza del que lo ejerce.
O mejor dicho, del que tiene los cojones para lanzarse y ser.
¿Que es finalmente el periodismo?.
El arte bastardo de sacar de contexto.
De exorcizar dolores propios al hacer foco en las obras ajenas.
El periodismo no podría ser, entonces, nada más que un ejercicio de ego.
Pero para ser egocéntrico, hay que ser valiente, en todo caso.
Y yo conozco poca gente valiente.
No mucha, al menos.
Es mejor, en todo caso, no depender que depender.
Y el periodismo de verdad, igual que el arte, igual que el egocentrismo, igual que la factura de obras maestras, solo puede ejercerse desde la miseria personal. O, en el peor caso, desde la miseria de otros.
A mi, cada día me interesan más los aspectos reducidos, jibarizados de las vidas.
De la mía, y la de otros.
Y por añadidura, me interesan las vidas que de mínimas, rozan lo esencial.
Como me dijo una vez mi amigo Marcos Arriagada, es imposible ser alguien, sin haber sentido la soledad, el fracaso y el desarraigo.
Uf.
Sentido me hace.
Y eso que en mi faceta de padre, la inminencia del dolor como herramienta de evolución, debería bastar para hacerme vivir en angustia de aqui hasta el fin de mis días.
Pero no me preocupa.
¿Que más podría preocuparme?.
Nunca vendí ningún sueño para entrar en sociedades que me parecieron incivilizadas.
Me salí de todo orden que me oliera a patetismo.
He sido pobre, rico, feliz, miserable y nuevamente feliz pero pobre, y luego miserable pero rico.
Vaya.
Moraleja: niños, no es necesario transar.
Se duerme mejor.
Hagan caso.
Viva la desobediencia civil.
Yes.