septiembre 02, 2005
New Orleans era una fiesta.

Recuerdo la sensación de una ciudad interesante culturalmente, el calor húmedo de Louisiana, la gente hermosa color chocolate, un sitio teñido de una sensación de euforia/borrachera permanente.
Me vienen flashbacks de lo que siento como la ciudad más amistosa de todas las que conozco de USA. Los alucinantes barcos de vapor del Mississippi, al estilo Huckleberry Finn, con rueda gigante y todo. Los bares y clubes de jazz en el French Quarter que nunca cerraban; un trío de viejos negros tocando "Autumn Leaves" en la calle; la sopa de cocodrilo, que parecía salsa con carne mechada; las guapísimas chicas de los strip-clubs que eran grandes conversadoras; y la disquería Magic Bus, el reducto melómano más alucinante que he conocido en mi vida, instalada - o mejor dicho, empotrada - en una casa antigua de barrio, con colecciones completas de los Beach Boys, Thelonious Monk y los Beatles, disponibles a todo tipo de precio.
Tengo en mi repisa los libros de música que me compré allá y un disco de los Flaming Lips.
El compilatorio de los Happy Mondays, el doble de Joy Division y el disco en vivo de Stan Getz que le traía de regalo a la que hoy es mi compañera de vida, se perdieron en algún sitio en la carretera entre Dallas y Las Vegas.
Hoy, mirando las noticias, no puedo sino sentir el corazón apretado. Tengo la sensación de que New Orleans es la ciudad más vulnerable y entrañable de Estados Unidos.
Y me da un poco de pena. O mejor dicho, nostalgia abstracta.
Y tal vez frustración de no haber cumplido (aún) la promesa personal de volver a quedarme unos días, y vagar, escuchar música, conversar con la gente en la calle, tomar muchas fotos y bucear un día completo en Magic Bus, buscando ese disco que me va a cambiar la vida para siempre.
En fin.
Ya lo dijeron Jagger y Richards.
You can´t always get what you want .
(Not yet, at least).